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miércoles, 29 de diciembre de 2010

¿primero se es o se existe?

¿primero se es o se existe?
Escribí esa pregunta porque no era capaz de diferenciar ambos términos. Sus conceptos eran idénticos en un principio.
Pero como suele pasar, definir algo acaba por convertirse en una de las mejores soluciones.
Comencé por definir el concepto de existir, pero irónicamente descubrí que acabó por convertirse en el concepto más difícil.
Es existir es la facultad necesaria de todo ente o cosa, sea física o metafísica.
Al principio escribí que algo puede existir por sí mismo sin necesidad de ser conocido, pero solo existiría lícitamente cuando sea conocido.
Pero esto me llevó a pensar que estaba equivocado ya que si algo existía pero no era conocido, entonces habría que hablar de semi-existencia.
Así que acabé por decidir que si algo existe, lo hace por si mismo, sin necesidad de otra cosa, y que ser conocido es algo secundario y circunstancial.
Después de esto pasé a definir el ser, sobre el que escribí que era la identidad de algo existente simplemente.
El conjunto de los caracteres, características, posibilidades, circunstancias, entorno, historia, etc… de algo que conforma el lugar, el momento y el modo de algo.
Razoné que nada puede ser por si mismo a priori sin existir, porque el hecho de reconocer la esencia de algo significa inevitablemente otorgar la cualidad de existente a algo.
En conclusión, si era un problema de lingüística que se acabó con un par de definiciones, pero dejó un para de cosas destacables.
En primer lugar una frase: existo, por tanto, soy. Solo con existir ya soy, sin embargo, no soy si no existo.
Existo, luego soy.
Otra frase es sobre la propia esencia.
Si soy algo, entonces soy posibilidad, circunstancia y voluntad, luego puedo ser multitud de seres.
Por último, apareció durante la definición de la existencia la duda de si una idea (lo más metafísico que puede haber, ya que no nos referimos a ellas como conjunto de neurotransmisores ni cargas bioeléctricas, sino como concepto abstracto)puede o no existir.los conceptos generales o las Ideas. Otorgar la cualidad de existencia a una idea puede llevarme a concluir que tal vez la metafísica exista y no sea tan loca. Una idea surge a partir de una existencia real: nosotros concebimos la idea de amor a partir de lo que oímos, vemos, sentimos y percibimos.
Nosotros concebimos la idea de esperanza de las posibilidades que razonamos, del miedo que sintamos, etc…
Por tanto, una idea no es una existencia en si, sino un subproducto creado por nuestra mente racional que juega con ella, que surge de una existencia empírica, o en su defecto, lógica.
Una semi-existencia no del todo desechable, pero sólo un concepto técnico que nos ahorra tiempo y sesos.
Una idea existe realmente, a la vez que tiene esencia, eso queda claro, al menos para mi, si se piensa en un par de ejemplos, pero seguramente la existencia de una idea no sea la misma que la de una piedra o un hombre.  

martes, 21 de diciembre de 2010

Parte del libro

Hubo un edificio en cuya última planta solo había un enorme y estrecho pasillo, de baldosas en el suelo y paredes blancas, sin ventanas, iluminado con bombillas viejas llenas de polvo, donde el aire olía a viejo y donde a uno se le erizaban los pelos de la piel sin saber muy bien el porqué.
En uno de los dos extremos de aquel raro pasillo había un hombre. Uno de tantos que se encuentran mientras se pasea por la calle distraído, uno que no se retendría en la retina nada más que un segundo, de edad indefinida, con corte de pelo indiferente y vestido sobriamente, que miraba fijamente hacia el otro extremo de aquel pasillo… donde solo había una puerta.
Nadie sabe que había detrás de esa puerta excepto ese hombre, el mismo hombre que ahora estaba sudando, que sentía ansiedad y al que le temblaban las piernas. La puerta parecía hacerse más grande y oscura por momentos, ocupando todo el pasillo, que a su vez se volvía más tenebroso y asfixiante.
La puerta se hacía tan grande que parecía respirar, y lo hacía tan fuerte que aquel hombre notaba como le robaba el aire de sus pulmones y que a cada inspiración le ardían más los pulmones.
La puerta palpitaba en el cerebro de aquel hombre, porque detrás de ella estaba lo que el propio hombre había colocado.
Solo él lo sabía, y lo recordaba perfectamente, como lo había colocado en medio de la sala  que había detrás del pasillo, como cerró la puerta y se dirigió a la salida, pero de repente se pregunto “¿y si pasara algo?”
Y allí calló en su juego, el inocente juego del Y si.
Mientras seguía dirigiéndose a la salida, empezó a imaginar lo que podría suceder, aquello que apenas tenía posibilidad de que ocurriese, pero que nadie podía desmentir. Una posibilidad, poco posible, pero terrible y angustiosa, le vino a la cabeza. Y le hizo sentir miedo. Enseguida vino otra, igual de improbable pero aún más horrible. Y luego otra, y otra más.
Y pensando en estas posibilidades, se paró, y lentamente se dio la media vuelta, y miró fijamente a aquella puerta.
Y empezó a sudar, a darse cuenta de lo que podía suceder.
No solo lo que era ajeno a su voluntad, sino lo que él mismo podía hacer. Todo lo que podía suceder.
Él había dejado detrás de aquella puerta lo que él perfectamente sabía que era, y sin embargo, a pesar de saber perfectamente lo que pasaba, le angustiaba cada vez más. Le empezaba a dar miedo.
Le daba miedo de que lo que había allí dentro le provocaba, y lo que aún podía provocarle. Y pensarlo le paralizaba, le angustiaba. Sentía nauseas.
No podía moverse. En realidad podía, pero el miedo se lo impedía, y en el fondo de su ser llegaba a pensar que en realidad aunque pudiese ni siquiera querría, y saber que su naturaleza le inclinaba a no moverse le angustiaba todavía más.
Y mientras miraba aquella puerta, que continuaba creciendo y aspirándolo todo dentro de su cabeza, el hombre se sentía cada vez más enfermo, menos hombre y más cosa. Deseaba que todo terminase, que todo acabase de una manera u otra, y fuese al fin libre, de una manera u otra…
Pero ser libre…ser libre implicaba encontrarse solo consigo mismo, y ya sabía que él mismo, su propia naturaleza, le era desagradable, o como mínimo contraria.
No, ya ni siquiera se podía acabar. Estaba encerrado, de cualquiera de las posibilidades estaba encerrado. Solo podía morir.
¿Pero y si al final morir no implicaba desaparecer? ¿Y si al final de todo resultaba que efectivamente había otra vida? Entonces tampoco habría descanso porque su naturaleza, él mismo, seguiría estando ahí. Y aunque no lo hubiese, seguía estando ahí esa posibilidad.
No podía escapar.
Estaba ahí encerrado.
Él, el pasillo, y detrás de aquel pasillo, aquel osito de peluche.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Pienso que...

...lo bueno del amor es que te sirve para saber como eres. Si eres un mierda, te acabaras portando como un mierda con tu pareja, si eres una excelente persona serás un tipo majísimo con la chica con la que estés y si no tienes control sobre tu vida poco control tendrás sobre tu relación, por mucho que te importe.

martes, 23 de noviembre de 2010

DUEÑOS DE LA POSIBILIDAD, o una pequeña adivinanza de miedo existencial

Ya empieza uno a no saber que puede llegar a escribir nada más empezar a hacerlo, y ante la conciencia de eso uno se asombra ante la capacidad del hombre de posibilitar su existencia, al menos es mi caso; asombra la capacidad de crear continuamente un rumbo nuevo al instante y de cambiar su ahora esto en ahora esto otro.
Y si la literatura es el espejo más exacto y perfecto de la existencia humana, es entonces la posibilidad lo que mejor sirve para definir la literatura, ya que es lo que define al ser humano.
Somos los dueños de la posibilidad: lo somos porque nos damos cuenta de que la posibilidad existe. A los que más tememos nos horroriza profundamente el poder de cambiar la existencia repentinamente, pero nos aterra más saber que lo podemos hacer inconscientemente y sin evaluar todas sus posibilidades generadas. Esa estúpida manía de pretender detenerse en el camino a reflexionar…
Y a pesar del horror, del temor, de la náusea incluso, llegados al esquizofrénico extremo de la desesperanza, donde no parece ni intuirse la débil luz de un faro lejano escondido entre la niebla del propio pensamiento enajenado… ¿qué mas da? No existe solo lo malo. 
Lo bueno, lo altruista y filantrópico, lo virtuosamente inocente (si es que esto existió alguna vez…al menos cuando lo escribí no se me escapó la risa, eso significa algo al menos) es tan real como la pesadilla y la tormenta del pensamiento que parece ahogar la esperanza. 
Persiste la esperanza aún en el fondo del ser, qué diablos. 
La voluntad, y no la esperanza debe ser lo último que se pierde, la voluntad crea esperanza. El grito en la tiniebla acaba siendo más poderoso que el arma en la mano del soldado.
Y el amor…
El amor.


Como suele pasar con las historias extrañas, esta comienza con un amanecer aún más extraño. Un amanecer resacoso, de sabanas embabecidas y agujetas en la espalda, pelo grasiento y ojos enrojecidos. Siempre hace gracia pensar que si el sueño es reparador, cuando peor nos vemos es recién levantados.

Como se suele decir, y tal vez sea la definición más exacta que se haya hecho nunca de este fenómeno, cuando uno abre los ojos ese amanecer, todo sigue igual: la ventana sigue igual de entreabierta que lo estaba cuando horas antes, cuando ya el Sol se había puesto y las luces de la habitación se habían apagado, los libros se encontraban exactamente en el mismo lugar en el que habían sido arrojados la noche anterior contra la pared, con casi pasión milimétrica fruto del irónico destino, ese genio capullo de intención casi siempre exclusivamente hijoputesca y porculizadora/porculolizadora que parece que solo puede divertirse volviendo locas a las personas, las paredes seguían luciendo ese agradable tono ocre, emblanquecido por los años y la pereza de no querer volver a pintarlos, incluso las botellas de alcohol, dispuestas con cuidado en hilera, mantenían el mismo volumen de bebida que la ultima vez que fueron usadas para provocar la felicidad artificial, que al final acaba por convertirse en mejor que la natural.
En definitiva, todo seguía igual.
Pero la realidad era que, de hecho, todo parecía distinto.

No se puede decir que las cosas observadas hubiesen cambiado; es que los ojos que observaban habían cambiado.
De repente, el Hombre se sintió aplastado, ahogado…sentía…¿sentía responsabilidad?
¿Realmente sentía responsabilidad?
¿A qué venia esa estúpida sensación a esas horas de la mañana, cuando la única preocupación es la de calentar la leche en el microondas y que las galletas del desayuno no estén del todo pochas, lo suficiente como para comerlas sin sentir excesivo asco antes de comprar nuevas?
Si…definitivamente, concluyó el Hombre. Sentía responsabilidad.
Increíble.
Y si sentía responsabilidad ¿por qué era?
Se levantó de la cama y todo le dio vueltas. Abrió las persianas, dejó ventilando la habitación y decidió salir a desayunar a la calle: el Sol brillaba alto y era estúpido desperdiciarlo en compañía sólo de unas galletas pochas.
Mientras bajaba las escaleras, pensaba ¿responsabilidad por qué?
Curioso, desde luego. 

Mientras bajaba, el Hombre pensaba también en Boudelaire. “Un oasis de horror en un desierto de aburrimiento” creía citar exactamente para sus adentros. Que triste le parecía el escritor francés y su definición de lo que el Hombre pensaba que era la literatura, porque si Boudelaire pensaba eso de la literatura, equivalía a pensar eso de la vida.
Total, Boudelaire era un frustrado, concluyó el Hombre, y hasta se sintió satisfecho cuando concluyó esto, el muy cretino, como se llaman a todos los que con tristes argumentos se creen posicionar sobre hombres que se esforzaron más que ellos.
Sería irónico que al final de ese mismo día, el Hombre se descubriese a si mismo pensando que ojala la tristeza sólo fuera lo que escribió el escritor francés.
Pero eso es adelantar terreno.

Llegados a este punto, el lector debe advertir dos puntos, que el Hombre no estaba en absoluto borracho, así que sus pensamientos eran producto total de su cordura, o al menos de su línea de pensamiento, si ambos términos pueden ir separados alguna vez, y que, aunque el carácter natural del Hombre, llamémoslo X, era de natural reflexivo las veces, y melancólico muchas más (tantas que hasta se alegraba de estar melancólico el personaje), nunca había llegado hasta el punto de levantarse un día a las buenas sintiéndose responsable. 
Como anécdota es resaltable decir que X reflexionó sobre ese sentimiento de responsabilidad súbita sintiendo que en el feo, una vez entendida su razón, se conocería mejor a si mismo.
Ya se sabe que la curiosidad mato al gato, y en este caso, mato al alma de X. Del pobre X. del triste anónimo que no puede ni decir que fue alguien, que para nosotros nunca será mas que la incógnita de la ecuación.
X.
Hasta el propio nombre parece restarle esencia, humanidad. Parece cosificarlo.

A final del paseo por la mañana, X había viajado por su cabeza y acabado creando la idea, si es que las ideas se pueden crear, de que la definición mas exacta de posibilidad era la de que nada empieza con un todo empieza: que todo empieza con la circunstancia accidental.

Queda claro que X debía de sentirse posiblemente cuanto menos excitado, orgulloso en cualquier caso, cada vez que acababa diciendo para sus adentros una frase de este estilo, pomposa y sin sentido, creyéndose un gran filosofo-escritor, o escritor-filosofo, si alguien puede separar ambos términos realmente, que solamente no es conocido por su modestia. Estamos, como ven, ante un personaje curioso que busca el reconocimiento en un campo que no es sino un aficionado entre aficionados, entrañable.
Para él estas frases, brillantes a su parecer, mediocres para cualquiera con dos dedos de frente y cojonudamente cachondas para un profesor de filosofía, era casi, al menos el conjunto de las que llevaba escribiendo poco a poco en un cuaderno Molenskie de tapa dura que guardaba siempre en su bolsillo, la explicación perfecta al mundo.

Su mundo, eso si, porque al menos no era tan estúpido como para afirmar que todos vivimos en el mismo mundo, reconocía al menos que todos vivimos en nuestra particular interpretación del mundo, viviéndolo de una manera u otra, interconectados, si, pero diferentes en definitiva.

Y ahora viene el acertijo, la parte de miedo de la historia, querido lector.
¿Por qué se sintió responsable X esa mañana?
¿Y por qué acabó tan triste que hasta la más triste descripción de la vida que jamás había leído le parecía reconfortante, pero ingenua y poco ajustada a la realidad al final del día?
Sea responsable con lo que lea.
Y recuerde, el mayor miedo es el que se crea usted mismo.

domingo, 31 de octubre de 2010

El extraño caso de primer borrador


Ayer a la noche terminé el borrador de una novela.
En realidad esto que escribo tiene un poco de mentira. Ni ayer terminé el borrador ni lo que escribí es exactamente una novela, pero como decía Jack el Destripador, vayamos por partes.
No terminé el borrador porque me di cuenta de que lo que la historia que escribí aún no tiene final, y esto tiene que ver con la segunda parte de la mentira.
No es exactamente una novela lo que escribí, sino una reflexión, quizás una introspección íntima de la que espero que todos las que la lean la sientan tan íntima como yo y se sientan identificados, encontrando en mis palabras las que ellos no podían pronunciar.
Un amigo me dijo cuando empecé a escribirla que uno nunca debe escribir sobre uno mismo, y recuerdo que en La historia que me escribe Fernando Trías de Bes decía exactamente lo mismo. Que a casi nadie le interesa la historia de un Yo minúsculo, a excepción de esas tres o cuatro personas a las que uno se siente más cercanos, a sus padres y quien sabe si a algún amigo o familiar más y a lo que tiene que aspirar todo hombre con un lápiz y un papel es a escribir sobre lo que trasciende de uno mismo. A mi aquello no me importó demasiado, tal vez porque como decía Borges, hasta el más mínimo acto conlleva consigo la explicación de todo el universo.
Decidí escribir esto porque necesitaba encontrarle así el sentido que me faltaba, no pretendí crear literatura aunque me valiese de ella para esto, porque es la única herramienta que puedo usar mínimamente para esto aunque no sea hábil con ella. Hay ocasiones, sobre todo en los asuntos más turbios y confusos que uno vive, en los que la persona no encontrará el más mínimo sentido a lo que ha hecho, quizás por efecto de su ignorancia. Ese fue mi caso, pero cualquiera que, como yo, haya vivido lo que viví durante el anterior año entenderá que sentir que las cosas escapan al control de uno pueden terminar por cabrearlo con toda la existencia.
Y ahora, después de haber acabado sin acabar esa novela que no es una novela, me encuentro con que aunque no le haya encontrado ese sentido, si puedo sin embargo intuirlo entre las líneas que escribí y el reflejo en el agua turbia que soy yo  puesto en palabras.
Veo ahora con esa claridad que nunca sentí mis actos, y me veo a mi mismo como es el resto de las personas: pequeño, ridículo, grande y complejo y sobre todo, deseoso de saber como acabará mi historia, que es mi vida.

miércoles, 27 de octubre de 2010

El extraño miedo a la verdad


Hay verdades que no se dicen. Eso es lo que nos leyó de un libro de Manuel Rivas un profesor en la facultad hace solo unos pocos días en su clase. Hay personas que adolecen de un profundo miedo a la verdad, que teme ver desmoronarse sus castillos de pensamientos ilógicos, su propia vida o al menos una parte muy importante de ella, construidos por supuestos equívocos como el que pretende levantar un edificio con papel y pegamento. El mejor ejemplo lo encontré hace unos pocos años leyendo una vieja edición de San Manuel Bueno, Mártir (un excelente libro que trata con mucho más detalle, cuidado y mimo este mismo tema entre otros y cuya lectura es totalmente recomendable), en cuya introducción el autor del que no recuerdo su nombre describe como Unamuno, en uno de sus viajes por España, pasó la noche en un viejo monasterio de una pequeña orden religiosa católica. Allí, cenando y conversando agradablemente con los monjes llegó el abad, a cuyas manos había llegado meses antes un ejemplar de ese libro y lo había leído y releído una y otra vez hasta rozar la obsesión. El abad le pidió amablemente a Unamuno que dejase la cena y le acompañase a un lugar apartado para poder hablar. El rector de la Universidad de Salamanca le acompañó para escuchar lo que aquel venerable monje quería decirle. No estoy seguro de que mi memoria recuerde los detalles, pero creo acordarme bastante fielmente de la esencia de lo que le dijo entonces dicho abad.
En resumen aquel anciano le tiró de las orejas simbólicamente, con una sonrisa en la cara pero, me pareció intuir en lo que leí, con un profundo temor en la mirada que inútilmente trataba de esconder, esa mirada que tienen las personas que se enfrentan casi al final de su vida a la posibilidad de que la hayan malgastado siguiendo un dogmatismo erróneo y, por tanto, obligatoriamente ridículo.
Hay dudas que nunca hay que escribir y que hay que guardarse para uno mismo. Eso fue lo que creo que dijo.
La religión, en especial el Cristianismo Católico, nos ha brindado a lo largo de sus dos mil años de historia multitud de ejemplos sobre este tema: la teoría geocéntrica, la Tierra Plana, el creacionismo, la persecución y quema de brujas… en todas estas historias de las que resultaron asesinadas tantas y tantas personas con sus correspondientes familias rotas, el argumento que mayor peso tenía siempre era para evitar la alteración del orden público y eliminar ideas equivocadas. Sin embargo, uno no tiene porque irse a los grandes ejemplos que nos da siempre la historia para estos casos y puede encontrar, si sabe apreciar mínimamente la vida, ejemplos de esto en su propia vida: el chico que insulta a los homosexuales orgulloso de su virilidad y que responde nervioso que no cuando le preguntan si besaría a un hombre (¡no por Dios! ¡no vaya a ser que le guste!), la abuela que acude cada domingo a la misa y que reza sin entender del todo el verdadero significado de esas mismas oraciones creadas hace siglos y que pone velas a santos y vírgenes con absoluta devoción, una absoluta devoción que no varía de la superstición del niño que cree en el ratoncito Pérez.
Hace menos de una semana escribí un pequeño párrafo sobre el amor, una cita inexacta del gran Pérez-Reverte, el escritor de boli bic y bloc de notas en una mano y Kalashnikov en la otra al que adoré hace muy pocos años y por el que aún siento un profundo respeto por su literatura. La cita en sí importa poco, sin embargo me sorprendió como mucha gente me habló sobre el tema, como si me intentase corregir, y como todas ellas lo hacían un tanto asustadas, como si hubiese destrozado un secreto que debía permanecer intacto y que ahora ellos intentaban arreglar sin mirar directamente a los ojos, como incómodos.
El miedo a haberse equivocado es terrible, es la humillación más grande para muchas personas, y más aún en la sociedad actual que se basa en el conocimiento y donde el orgullo y el honor ya no están en los actos sino en las palabras y las ideas. Pero nada de esto es una excusa para intentar evitar la verdad, o como mínimo, la sana y necesaria discusión, el contraste de ideas. No hay que olvidar que nadie sabe seguramente casi nada, y que el oscuro dogmatismo es el peor error en el que puede caer alguien para quien su conocimiento determina su vida.

sábado, 16 de octubre de 2010

El extraño caso del arzobispo y el pastor


Leyendo el periódico hace ya unos meses me fue imposible no comparar a Dionigi Tettamanzi con Terry Jones, arzobispo de Milán y pastor evangélico de Florida respectivamente. Para quien no lo sepa, Terry Jones pasó a ser conocido internacionalmente a raíz de su amenaza de quema de varios ejemplares del Corán en EEUU, cuando se supo que se construiría una mezquita cerca de la Zona Cero. Dionigi Tettamanzi es por su parte menos conocido en el panorama internacional (aunque no en Italia cuando su nombre apareció en las listas de los posibles sucesores del Papa Juan Pablo II hasta que finalmente fue elegido Ratzinger) hasta que reapareció en septiembre en los titulares de los periódicos italianos coincidiendo con el ramadán, fecha en la que volvió a la carga para exigir, y recalco, de nuevo a las autoridades italianas que se construyese en Milán una mezquita para las más de 100.000 personas que integran la comunidad musulmana de esa ciudad, aludiendo al derecho que tienen todos los seres humanos de practicar su fe en un sitio adecuado para ello.
Digo que me fue imposible no compararlos porque en ellos dos a uno le es imposible no encontrar la cara y la cruz del relativismo cultural. En Terry Jones, el dogmatismo cerrado y la negación total al uso de la empatía y la comprensión, o en cualquier caso, a la empatía o a la comprensión mal usada. Y en Dionigi Tettamanzi, la aceptación y hasta la defensa de extranjeros en tierras extrañas, una suerte de Voltaire contemporáneo que a pesar de haber escogido la vida religiosa, se mantiene fiel al ideal de No estoy de acuerdo con lo que usted dice, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo (1).
No entraré en la discusión de si la causa religiosa es tan significativa como aparenta ser y si es una correcta motivadora de la lucha entre razas, culturas y hermandades, porque ese es una discusión que le queda pequeña a este par de párrafos escritos en un blog y porque aún me faltan muchos libros por leer, muchas personas con las que hablar y muchos lugares por conocer antes de tener una opinión mínimamente fundada sobre ello, pero si  puedo decir que yo al menos se con cuál de las dos caras de la moneda me identifico.


 El pastor Terry Jones a la izquierda y el arzobispo Tettamanzi a la derecha

(1) En realidad esta cita es erróneamente atriuida a Voltaire, fue escrita por Evelyn Beatrice Hall en Los amigos de Voltaire (1906) como resumen de la actitud de Voltaire (bendita wikipedia).

viernes, 8 de octubre de 2010

Pablo y sus pajas mentales

[ esto no es una crítica en su sentido escrito, es una movida más literaria, un relato si se prefiere]

Por Eduardo Apariz.

El hombre gordo del traje vomitaba palabras sin importarle mucho que alguien le escuchase. Cien quilos de carne magra embutidos en cashmere escupiendo letanías sin descanso, con sus ademanes y su pose de profeta.Vibraba y vibraba aquel cuello rubicundo e inabarcable.

Los alumnos habían dejado de prestar atención hacía ya tiempo pero poco importaba.Bla, bla, bla. Sus manos cortaban el aire con un vuelo plomizo y desacompasado, como dos pájaros de cemento.Que si los griegos, que si los fenicios, que si la madre que lo parió.
Pablo definitivamente había decidido ponerse a lo suyo. Una a una iba imaginándose a sus compañeras de clase en bragas. Perniles, culos, tetas e ingles. Correteaban desnudas en su mente como reses de ganado.Quizás con un poco de suerte algún día podría fornicarse a alguna, quién sabe, a muchas chicas les gusta la poesía."¿A cuántas felaciones equivale un soneto?". Tic-tac. Todavía quedaba mucho tiempo para que se terminase la clase, así que Pablo se entregó por entero a sus fantasías,esta vez menos depravadas y decadentes: "¿ de qué hablarían un pingüino y un cactus?".
De repente ya no estaba en el aula, el hedor insoportable que despedía el morlaco trajeado se había disipado por completo.Ahora se encontraba en un lugar con un aire mucho más limpio, algo desangelado y yermo, pero mucho mejor oxigenado. A lo lejos balbuceaban un pingüino y un cactus, parecía que discutían sobre algo importante. Pablo se acercó y pudo escucharlos.

-Te hablo de un frío que haría tiritar al propio invierno, un frío irreductible y venenoso.-decía el Cactus con ese tono solemne que ponen a veces los vegetales.
-¿Qué sabrás tú de climas helados?En donde yo vivo el viento te cala los huesos.Nuestros pulmones son de escarcha.No vas a contarme nada que no sepa.- al Pingüino parecía no inquietarle mucho lo que le contaban.
-Créeme, el frío del que yo te hablo no se puede mitigar con ningún tipo de lumbre.
-Eres muy gracioso, me gustas.- el Pingüino tenía ese aire de socarronería que tienen casi todos los pingüinos que conozco.
- No pretendo hacerte reír.
- No te enojes, amigo. Vamos a ver, cuéntame. ¿Ni zambulléndote en los mares naranjas del sol se puede aplacar ese frío?
-Ni así. Ya te lo he dicho, el calor del fuego no sirve. Y tampoco el abrigo de la lana o el cuero.
-¿Entonces cómo se combate?
- Con certezas.
-¿Certezas?
-Sí, la certeza de que ,cuando la noche aterriza con su bisutería incandescente, hay alguien pensando en ti.

La clase había terminado. Las chicas levantaban sus traseros de los asientos, en la mente de Pablo lucían mucho mejor. Cogió la cazadora, se la puso.Hacía algo de frío.

El extraño amor de ciertas personas

Por Moisés Blanco.
Hace ya bastantes meses me sorprendió oír de la boca de una compañera de la facultad una idea que hasta hace muy poco yo también compartí. Como en cualquier texto sobre este tipo de asuntos, podría dedicarme a reírme a base de ironía de las personas que comparten dicha idea, pero en realidad esto no sería diferente a decir lo tontas que son por no haberse dado cuenta aún de lo listo que soy yo por si haberlo hecho. Hoy pasaré de ello, tanto por mi propia incapacidad para hacerlo ya como porque considero que la ironía hiriente hay veces que es mejor que uno se la guarde en el bolsillo y empleé en vez de ella palabras salidas del corazón, más directas y sinceras.
Mi compañera, una chica mayor que yo y de ya los suficientes años como para empezar a tener una opinión mínimamente sólida del asunto en cuestión habló sobre el amor, y literalmente, dijo que eran solo hormonas yendo que acá para allá como locas. Después le dio una calada a su cigarrillo, satisfecha por la frase que acababa de pronunciar como si pensase que había dicho lo que todos teníamos en mente y no nos atrevíamos o no
éramos capaces de decir.
La concepción del amor viéndolo como una interacción sin más de hormonas en el sistema nervioso, el aumento de la actividad de la amígdala, el descenso de actividad del neocórtex o el chute de dopamina o oxitocina en la sangre es algo que con mayor o menor conocimiento de detalles comparten últimamente más y más personas de esta sociedad.
No pretendo decir que el amor es la sublimación del alma o la más excelente de las capacidades humanas, porque realmente el amor es lo que es: un juego de hormonas. Ahora yo pregunto ¿qué más da? La vida, vista también de esa manera, es solo un potaje de elementos químicos jugando unos con otros, y aquí viene mi argumento madre, no por ello deja de ser lo maravillosa y terrible que era antes de que supiésemos eso.
Diciendo despectivamente que el amor es solo hormonas, mi compañera vino a mostrarme sin darse cuenta la triste concepción que tiene ella misma de la vida, de lo pequeño que nos ve al resto y a ella misma. No nos engañemos. Somos pequeños, pero ella, en vez de vernos como moscas, nos ve como los piojos de los microbios si estos lo tuviesen.
Pienso yo, esto sería prácticamente lo mismo decir que respirar una bocanada de aire fresco después de aguantar la respiración es muchísimo menos intenso y agradable de lo que es en realidad, algo despreciable y prescindible por su propia bajeza,  por saber que lo que estamos haciendo es en realidad  solamente ensanchar a través de la tensión de ciertos músculos y membranas de nuestro pecho para, con este cambio de volumen que provoca un descenso de la presión intratorácica, hacer que entre el aire más cercano a nuestras fosas nasales y que al paso de éste por la cavidad nasal, los elementos presentes en el aire hagan contacto con las glándulas sensoriales de allí para que estas los capten y le transmitan al cerebro a modo de impulsos electroquímicos que a lo que huele el aire. Pienso yo que para mí el olor a eucalipto, a tierra mojada y a hierba recién cortada que uno es capaz de captar cuando pasea tranquilamente por el monte solo, maravillado ante la bonita sencillez de la naturaleza, sigue siendo tan agradable como antes de que supiese su explicación, porque no deja de ser su explicación.
A decir verdad y refiriéndonos a esto último, la gente tiende últimamente a confundir la explicación del misterio con el robo de la magia del misterio, y como niños chicos que han perdido su juguete se dedican a decir a todo el mundo que en realidad para él nunca fue importante eso, que solo era un juguete.
Esto no deja de recordarme a una cita que leí en el muy recomendable libro del mayor ateo del mundo, Richar Dawkins, en su libro El espejismo de Dios. Dawkins citaba al filósofo ganador del Nobel Bertrand Rusell, más exactamente a una frase que escribió en su ensayo Lo que yo creo y que opino que viene como anillo al dedo para hablar de este tema: “Incluso aunque las ventanas abiertas de la ciencia al principio nos hagan estremecer de frío en el calor de los mitos humanos tradicionales, al final el aire fresco nos da vigor, y los grandes espacios son esplendorosos por derecho propio”.
Acepto que saber el misterio del amor fue una especie de bidón de agua fría para el imaginario colectivo, un imaginario que hasta hace escasos doscientos años creía felizmente en un gas etéreo dentro de nuestro cuerpo al que le llamaban alma y a la que le concedían propiedades místicas divinas per me sorprende ver como la gente parecía esperar que en realidad el amor era algo mágico, algo superior a nosotros. Porque aunque en realidad lo sea, al menos para mí, en el sentido más biológico que se puede tener (tengamos en cuenta que el amor surgió casi a la par que la vida, mucho antes que la propia Muerte o el propio sexo, debido al cual antes se le atribuía su existencia), el amor no deja de ser lo que es, un juego de hormonas. Un genial y bendito juego de hormonas que no por ello hay que despreciar ni insultar, porque haciéndolo, uno no deja de insultarse a sí mismo, tristemente, impidiéndose disfrutar de la mejor posibilidad que brinda la vida.