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martes, 23 de noviembre de 2010

DUEÑOS DE LA POSIBILIDAD, o una pequeña adivinanza de miedo existencial

Ya empieza uno a no saber que puede llegar a escribir nada más empezar a hacerlo, y ante la conciencia de eso uno se asombra ante la capacidad del hombre de posibilitar su existencia, al menos es mi caso; asombra la capacidad de crear continuamente un rumbo nuevo al instante y de cambiar su ahora esto en ahora esto otro.
Y si la literatura es el espejo más exacto y perfecto de la existencia humana, es entonces la posibilidad lo que mejor sirve para definir la literatura, ya que es lo que define al ser humano.
Somos los dueños de la posibilidad: lo somos porque nos damos cuenta de que la posibilidad existe. A los que más tememos nos horroriza profundamente el poder de cambiar la existencia repentinamente, pero nos aterra más saber que lo podemos hacer inconscientemente y sin evaluar todas sus posibilidades generadas. Esa estúpida manía de pretender detenerse en el camino a reflexionar…
Y a pesar del horror, del temor, de la náusea incluso, llegados al esquizofrénico extremo de la desesperanza, donde no parece ni intuirse la débil luz de un faro lejano escondido entre la niebla del propio pensamiento enajenado… ¿qué mas da? No existe solo lo malo. 
Lo bueno, lo altruista y filantrópico, lo virtuosamente inocente (si es que esto existió alguna vez…al menos cuando lo escribí no se me escapó la risa, eso significa algo al menos) es tan real como la pesadilla y la tormenta del pensamiento que parece ahogar la esperanza. 
Persiste la esperanza aún en el fondo del ser, qué diablos. 
La voluntad, y no la esperanza debe ser lo último que se pierde, la voluntad crea esperanza. El grito en la tiniebla acaba siendo más poderoso que el arma en la mano del soldado.
Y el amor…
El amor.


Como suele pasar con las historias extrañas, esta comienza con un amanecer aún más extraño. Un amanecer resacoso, de sabanas embabecidas y agujetas en la espalda, pelo grasiento y ojos enrojecidos. Siempre hace gracia pensar que si el sueño es reparador, cuando peor nos vemos es recién levantados.

Como se suele decir, y tal vez sea la definición más exacta que se haya hecho nunca de este fenómeno, cuando uno abre los ojos ese amanecer, todo sigue igual: la ventana sigue igual de entreabierta que lo estaba cuando horas antes, cuando ya el Sol se había puesto y las luces de la habitación se habían apagado, los libros se encontraban exactamente en el mismo lugar en el que habían sido arrojados la noche anterior contra la pared, con casi pasión milimétrica fruto del irónico destino, ese genio capullo de intención casi siempre exclusivamente hijoputesca y porculizadora/porculolizadora que parece que solo puede divertirse volviendo locas a las personas, las paredes seguían luciendo ese agradable tono ocre, emblanquecido por los años y la pereza de no querer volver a pintarlos, incluso las botellas de alcohol, dispuestas con cuidado en hilera, mantenían el mismo volumen de bebida que la ultima vez que fueron usadas para provocar la felicidad artificial, que al final acaba por convertirse en mejor que la natural.
En definitiva, todo seguía igual.
Pero la realidad era que, de hecho, todo parecía distinto.

No se puede decir que las cosas observadas hubiesen cambiado; es que los ojos que observaban habían cambiado.
De repente, el Hombre se sintió aplastado, ahogado…sentía…¿sentía responsabilidad?
¿Realmente sentía responsabilidad?
¿A qué venia esa estúpida sensación a esas horas de la mañana, cuando la única preocupación es la de calentar la leche en el microondas y que las galletas del desayuno no estén del todo pochas, lo suficiente como para comerlas sin sentir excesivo asco antes de comprar nuevas?
Si…definitivamente, concluyó el Hombre. Sentía responsabilidad.
Increíble.
Y si sentía responsabilidad ¿por qué era?
Se levantó de la cama y todo le dio vueltas. Abrió las persianas, dejó ventilando la habitación y decidió salir a desayunar a la calle: el Sol brillaba alto y era estúpido desperdiciarlo en compañía sólo de unas galletas pochas.
Mientras bajaba las escaleras, pensaba ¿responsabilidad por qué?
Curioso, desde luego. 

Mientras bajaba, el Hombre pensaba también en Boudelaire. “Un oasis de horror en un desierto de aburrimiento” creía citar exactamente para sus adentros. Que triste le parecía el escritor francés y su definición de lo que el Hombre pensaba que era la literatura, porque si Boudelaire pensaba eso de la literatura, equivalía a pensar eso de la vida.
Total, Boudelaire era un frustrado, concluyó el Hombre, y hasta se sintió satisfecho cuando concluyó esto, el muy cretino, como se llaman a todos los que con tristes argumentos se creen posicionar sobre hombres que se esforzaron más que ellos.
Sería irónico que al final de ese mismo día, el Hombre se descubriese a si mismo pensando que ojala la tristeza sólo fuera lo que escribió el escritor francés.
Pero eso es adelantar terreno.

Llegados a este punto, el lector debe advertir dos puntos, que el Hombre no estaba en absoluto borracho, así que sus pensamientos eran producto total de su cordura, o al menos de su línea de pensamiento, si ambos términos pueden ir separados alguna vez, y que, aunque el carácter natural del Hombre, llamémoslo X, era de natural reflexivo las veces, y melancólico muchas más (tantas que hasta se alegraba de estar melancólico el personaje), nunca había llegado hasta el punto de levantarse un día a las buenas sintiéndose responsable. 
Como anécdota es resaltable decir que X reflexionó sobre ese sentimiento de responsabilidad súbita sintiendo que en el feo, una vez entendida su razón, se conocería mejor a si mismo.
Ya se sabe que la curiosidad mato al gato, y en este caso, mato al alma de X. Del pobre X. del triste anónimo que no puede ni decir que fue alguien, que para nosotros nunca será mas que la incógnita de la ecuación.
X.
Hasta el propio nombre parece restarle esencia, humanidad. Parece cosificarlo.

A final del paseo por la mañana, X había viajado por su cabeza y acabado creando la idea, si es que las ideas se pueden crear, de que la definición mas exacta de posibilidad era la de que nada empieza con un todo empieza: que todo empieza con la circunstancia accidental.

Queda claro que X debía de sentirse posiblemente cuanto menos excitado, orgulloso en cualquier caso, cada vez que acababa diciendo para sus adentros una frase de este estilo, pomposa y sin sentido, creyéndose un gran filosofo-escritor, o escritor-filosofo, si alguien puede separar ambos términos realmente, que solamente no es conocido por su modestia. Estamos, como ven, ante un personaje curioso que busca el reconocimiento en un campo que no es sino un aficionado entre aficionados, entrañable.
Para él estas frases, brillantes a su parecer, mediocres para cualquiera con dos dedos de frente y cojonudamente cachondas para un profesor de filosofía, era casi, al menos el conjunto de las que llevaba escribiendo poco a poco en un cuaderno Molenskie de tapa dura que guardaba siempre en su bolsillo, la explicación perfecta al mundo.

Su mundo, eso si, porque al menos no era tan estúpido como para afirmar que todos vivimos en el mismo mundo, reconocía al menos que todos vivimos en nuestra particular interpretación del mundo, viviéndolo de una manera u otra, interconectados, si, pero diferentes en definitiva.

Y ahora viene el acertijo, la parte de miedo de la historia, querido lector.
¿Por qué se sintió responsable X esa mañana?
¿Y por qué acabó tan triste que hasta la más triste descripción de la vida que jamás había leído le parecía reconfortante, pero ingenua y poco ajustada a la realidad al final del día?
Sea responsable con lo que lea.
Y recuerde, el mayor miedo es el que se crea usted mismo.